lunes, 13 de abril de 2015

Trois couleurs: blanc (1994). Krzysztof Kieslowski


Karol ama profundamente a Dominique, pero ella lo abandona debido a que él sufre un problema de impotencia. Entonces decide volver, con su amigo Nikolai, a su Polonia natal. Allí emprende con éxito un negocio y, aunque sigue enamorado de Dominique, planea vengarse de ella.

En Trois Couleurs: Blanc "Blanco" volvemos a ser testigos de un intimista estudio de personajes, una representación de humanidad que se traslada de París a los fríos y blancos parajes de la Polonia natal de Krzysztof Kieślowski. El tono de esta cinta es sin duda más amable que el de Trois Couleurs: Bleu (Azul), pero no nos equivoquemos: estamos ante una comedia triste, en palabras del propio director; y aunque por momentos nos haga sonreír debido a las disparatadas situaciones que atraviesa Karol (deliciosa e ingenuamente interpretado por Zbigniew Zamachowski), no deja de atenazarnos en ningún momento, pues esa actitud de abandono y desorientación debida a la muerte (o, quizás, debida a la vida) de su anterior obra, pasa a ser aquí un macabro juego relacionado con la propia muerte, una lección de búsqueda de los verdaderos propósitos que nos mueven a hacer lo que hacemos, una historia de amor imposible, retorcida pero a la vez necesaria para dar sentido a los comportamientos que vemos en pantalla...
El tema de la bandera francesa pretende ser la Igualdad en esta cinta, y como igualitaria podemos definir esa intención del personaje principal por encauzar su vida, huyendo de un país que le es extraño y que le impide sentirse dueño de sí mismo para poder cumplir con su mujer. Esta (una fría pero maravillosa Julie Delpy, como una gatita continuamente en celo) lo abandona por no sentirse satisfecha sexualmente, y Karol decide entonces regresar a Varsovia oculto en una maleta, donde comenzará desde cero e irá amasando una fortuna que le permita volver por todo lo alto.
Al principio adivinamos que se trata de un hombre torpe, un peluquero sin recursos que nada puede hacer contra la aparente frivolidad y sangre fría de su mujer, pero poco a poco (como sucede todo en el cine de Krzysztof Kieślowski) vamos descubriendo que detrás de esa apariencia se oculta alguien decidido, al que no le importa dejar atrás sus escrúpulos para rehacer su vida (así consigue crear su propia empresa, llega a hacerse rico y devuelve las ganas de vivir a aquel único amigo que le ayudó a salir de París cuando peor estaban las cosas). Y como se siente seguro en su lugar, en su casa, dueño de sí mismo otra vez, consigue traer a su ex-mujer hasta allí fingiendo su propia muerte. Es entonces cuando descubrimos que ella le amaba de verdad, y que él solo necesitaba igualdad en su relación para poder cumplir con ella. Igualdad de condiciones para poder amarse, pues la humillación a la que era sometido en Francia no pasaba desapercibida ni para el espectador (incluso las palomas, que en Varsovia se alimentan en un vertedero, en París le sobrevolaban y le cagaban en el hombro). Sin embargo, y aquí reside la paradoja y el elemento triste del film, cuando ella le pide que se vuelvan a casar, lo hace a través de la mímica, desde una ventana de su celda, en la que se encuentra por haber sido acusada de la mismísima muerte de su marido. Ahora que pueden amarse en igualdad de condiciones, esa igualdad consiste en la reclusión de ambos (ella en la cárcel, y él en el escondite de su muerte fingida). Kieslowski decide cortar aquí, y nos queda ese pozo amargo de no saber qué será de ellos (aunque lo sabremos al final de Trois Couleurs: Rouge (Rojo), película con la que cierra la trilogía). Hay vida, y de nuevo hay amor, ambos comprenden lo que el otro ha tenido que hacer para salvar su relación, pero justo entonces es imposible que puedan volver a estar juntos. Trois Couleurs: Blanc engrandece gracias a su banda sonora y aparece repleta de exquisitos detalles que a la postre resultan ser ni más ni menos que su alma, como sucede en todos los films de este gran maestro de los sentimientos. Y es que Kieslowski es ese observador obcecado en correr velos sobre la luz del alma humana, que no expone, sino que insinúa mediante expresiones más físicas que verbales, que nos obliga a pensar, a indagar en lo críptico y complejo de nuestros propios sentimientos, confiando tanto en nosotros (que somos sus espectadores) que nos hace correr el riesgo de quedarnos en la superficie y ahogarnos en la orilla. La igualdad y la humillación en las relaciones, todo ello contado con toques de humor sombríos, con una melancolía casi velada, pero que fragua a la perfección para plasmar una genuina historia de amor que, como Kieslowski tan bien sabía, es lo único que todo ser humano puede llevar a su terreno personal para después reinterpretarlo a partir de su experiencia de vida.

"Con todo, Kieslowski parece querer decirnos que la igualdad –y el amor, en definitiva– no puede fundamentarse en la capacidad económica, en unas estructuras sociales donde en realidad “los más iguales” son los que tienen más poder, sino más bien en la dignidad de la persona. Los protagonistas concluirán en sus negocios que “todo se puede comprar” (el amor, la muerte, a las personas y sus testimonios…), que “todo es posible”… para descubrir al final que no era así. En ese momento, aún no han aprendido a buscar y encontrar la verdadera igualdad. Pensaban que se podía alcanzar simplemente por el poder económico, por la imposición y por venganza, y sólo mucho después descubrirán –hasta el final de “Rojo” con el naufragio no lo sabremos– que la verdadera igualdad únicamente llega a través del amor individual e personal. Pero eso es la teoría y lo ideal, donde todo se resuelve con facilidad; en la práctica, en la vida que Kieslowski ha presenciado y experimentado tanto en Polonia como en París no existe esa igualdad, que se convierte en una quimera deseable pero inalcanzable: de ahí su pesimismo respecto a Europa porque lo era respecto a su propia vida." (Julio R. Chico)

Segunda entrega de la trilogía que, basándose en los colores de la bandera francesa, pretende reflexionar sobre la frágil situación de Europa en este final de siglo. Como sucede siempre en el cine de su director, la aparente simplicidad encierra complejas connotaciones que van desde el espíritu hasta la política, en sus sentidos más amplios. El contrapunto a su lucidez es una ironía siempre en el borde de la amargura. (Fotogramas)

Estrenada en España el 11 de marzo de 1994.

Título español: Tres colores: blanco.

Reparto:  Zbigniew Zamachowski, Julie Delpy, Janusz Gajos, Jerzy Stuhr, Grzegorz Warchol, Jerzy Nowak, Aleksandr Bardini, Cezary Harasimowicz, Jerzy Trela, Juliette Binoche, Florence Pernel.



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