lunes, 13 de enero de 2014

La torre de los siete jorobados (1944). Edgar Neville


Finales del siglo XIX. Basilio Beltrán (Antonio Casal) se pirra por el juego y por una cancionista apodada "La Bella Medusa" (Manolita Morán). Ante el tapete verde se le aparece el fantasma de don Robinsón de Mantua (Félix de Pomés) que le indica los números ganadores y le pide, a cambio, que proteja a su sobrina Inés (Isabel de Pomés) de los graves peligros que la acechan. En una de sus exploraciones arqueológicas don Robinsón descubrió que en el subsuelo de Madrid hay una ciudadela subterránea donde se escondieron los judíos que no quisieron abandonar España cuando se decretó su expulsión. Ahora, este refugio está habitado por una banda de jorobados capitaneados por el doctor Sabatino (Guillermo Marín). Basilio consigue dar con la torre de los siete jorobados, en cuyo interior permanece secuestrada e hipnotizada Inés, la sobrina del difunto doctor.

Con cambios superficiales respecto a la novela original de Emilio Carrere como son la eliminación de personajes, tomando lo esencial de lo sobrenatural y fantasmal, y sin profundizar en la magia, entre otros motivos, para intentar eludir la censura de la época.
Podría considerarse una película un tanto híbrida donde se une lo castizo de la época con la leyenda, lo policíaco, el terror, la aventura y la ficción.
En esta película podemos ver que Edgar Neville tuvo influencias del cine expresionista alemán (de cuya corriente es una muestra El gabinete del Doctor Caligari) y del cine gótico, por ejemplo en la recreación de la ciudad subterránea, la torre de los siete jorobados que se hunde en la tierra.

Emilio Carrere (Madrid, 1881-1947) fue un escritor muy popular en su tiempo. Poeta, bohemio, actor aficionado y protagonista de un sinnúmero de aventuras galantes, se dedicó primero a la lírica en un tono de modernismo decadente, para luego abocarse de lleno a una prosa de corte fantástico-humorístico-macabro, que además publicaba en forma folletinesca en las revistas más en boga de la España de las primeras décadas del siglo XX: La novela corta, La novela de hoy, El cuento semanal (del cual además fue director por el breve plazo de seis meses, hasta que cerró), Mis mejores cuentos, entre otras de igual difusión masiva.

La torre de los siete jorobados se publica en 1924, bajo el auspicio del editor de La novela corta, Juan Palomeque, y de inmediato, como todo lo que era publicado por Carrere, se convirtió en un best seller y fue tal vez la obra que le dio mayor fama a su autor.

Neville tomó la anécdota base de la novela y creó una película que se diferencia en muchísimos aspectos del texto que la hizo germinar, en ocasiones enriqueciendo la historia, en otras limitándola debido a numerosos factores, entre los que podrían destacarse sobre todo la dificultad de filmar muchos pasajes que en aquella época resultaban impracticables, debido a cuestiones de tecnología. Hubo cambios de personajes, eliminando algunos, revistiendo de nuevas funciones a los más, y el sustrato mismo del film dejó de lado el aspecto, tan relevante en la novela, de la magia, rescatando sólo la esencia de lo sobrenatural. Pero lo inherente a ambos productos y que se desarrolla con fuerza propia en cada uno de ellos, es sin duda el humor, en un caso más irónico, más negro (el de Carrere), y más espontáneo y festivo el de Neville.

Sin duda alguna uno de los aspectos más logrados del film de Neville es la recreación de la ciudad subterránea, que también muestra las influencias del cine gótico, pues fue el alemán Pierre Schild, heredero de estas tendencias, quién creó la escenografía y decorados. Una de las entradas a la ciudad se encuentra en una derruida casa de los viejos barrios madrileños, abandonada y cubierta de telarañas, con todo el aspecto de un lugar “donde espantan”. Los estrechos pasadizos que conforman la complicada red de túneles se caracterizan por su juego de luces y sombras, y podría aventurarse que es una alegoría de los vericuetos del subconsciente humano. Pero las partes mejor logradas de la escenografía son sin duda la torre misma, que muestra, en picada, un profundo abismo al que se llega por una escalera que lo circunda, con lúgubres candelabros situados estratégicamente; y la galería por donde se accede a la sinagoga, donde hay otra salida, y que está llena de esqueletos y momias, decorado muy del gusto del cine de aquel tiempo (vale hacer la acotación de que esta era la época dorada del cine mexicano, y que era frecuente, al contrario de España, la explotación de temas fantásticos; el recurso de las momias en el decorado fue muy socorrido en ese entonces). 
 
Curioso film de intriga, basado en una novela de Emilio Carrere, en el que Neville introdujo una serie de elementos macabros y fantásticos en la línea del cine norteamericano de terror de la década anterior. Se trata de una rareza inclasificable dentro del cine español de su época, cuyo evidente interés no impide que haya sido sobrevalorada en exceso. (Fotogramas)

Reparto: Antonio Casal, Isabel de Pomés, Guillermo Marín, Félix de Pomés, Julia Lajos, Manolita Morán.




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